Lo presentan como un nuevo tratado de libre comercio, pero el TPP-11 es un acuerdo “proteccionista”, pues blindará hasta tornar inmutable un entramado internacional comercial y jurídico que beneficia a las multinacionales. Así lo explica en esta columna el economista José Gabriel Palma. Una a una, Palma desmonta las “siete mentiras” con las que han promocionado las supuestas bondades del tratado. Y advierte sobre las severas limitaciones a la soberanía nacional que producirá su firma. Si Chile decide aplicar políticas públicas que las transnacionales consideren lesivas a sus intereses, podrían llevar al país a tribunales especiales, integrados por jueces y litigantes expuestos a conflictos de interés.
El TPP-11 o Tratado Transpacífico -que en nuestro surrealismo ideológico pasó ahora a llamarse Tratado Integral y “Progresista” de Asociación Transpacífico-, se ha transformado en uno de esos monos porfiados que por mucho que uno les pegue, se vuelven a levantar. Y aquí estamos, de vuelta al mismo debate, al mismo discurso simplista oficial; al mismo silencio de tanto progresista, que ahora en la oposición, cuando uno les habla del TPP, “miran con cara de yo no fui”, como diría Rubén Blades. Incluso, algunos en el Frente Amplio parecen ahora creer que este tipo de luchas, como argumentos en un debate académico, se ganan o pierden “por la razón”, y no por la combinación de ésta con la lucha ideológica y la movilización popular. Parece que hoy solo las mujeres saben cómo generar fuerza política capaz de “abrir el tiempo”, en lugar de seguir simplemente “pasando el tiempo”, como lo ha hecho el país desde hace tanto tiempo.
Aunque el TPP haya sido tan recurrente, sus siete mentiras -o pecados capitales- continúan siendo los mismos.
PRIMERA MENTIRA: este es un tratado “de libre comercio”
Si bien el TPP tiene un componente comercial, bien irrelevante en la práctica para el Chile actual, su objetivo principal es reducir substancialmente nuestro rango de maniobra en una amplia gama de materias, y así dificultar al extremo la búsqueda de nuevas formas de autonomía nacional, y de estrategias alternativas de desarrollo.
Lo del libre comercio no es más que una vitrina (de mal gusto), cuyo objetivo es esconder la médula del tratado. Como ya se ha repetido una y otra vez, ya tenemos tratados de libre comercio con todo el resto de los países de este nuevo tratado. De hecho, Chile es el único de los 11 países que ya tiene acuerdos comerciales con todos los demás. Y hasta ahora no hay ninguna evidencia de que estos hayan sido insuficientes para lo que requiere nuestro limitado sector exportador. Por el contrario, lo que el TPP-11 va a lograr es que éste siga igual de limitado, pues está diseñado precisamente para, por ejemplo, obstaculizar posibles políticas públicas (como las industriales y comerciales) que pudiesen forzar una diversificación exportadora más allá de la horizontal.
Como es tan conocido, nuestra economía tiene cada vez una estructura dual más acentuada: un sector exportador puramente primario-extractivo, de mayor productividad; y un gran sector de servicios y construcción de alta generación de empleo, pero bajo potencial de crecimiento de la productividad y salarios. El convidado de piedra (que debería ser el principal enlace entre ambos), es un sector manufacturero que cada día pasa a ser más un “optional extra”.
El TPP solo refuerza esta trampa del ingreso medio. Poco importa que no haya país en el mundo que haya pasado a ser desarrollado haciendo más de eso mismo.
El énfasis del lobby oficialista es vestir al TPP con ropa que no le pertenece: el atavío del libre comercio. Si en este tratado lo comercial fuese realmente lo sustantivo, ¿por qué entonces no se concentró en eso? ¿Y de ser así, a alguien en su sano juicio se le hubiese ocurrido dejar afuera (y por diseño) a la potencia comercial más dinámica del mundo? Hasta el Financial Times nos dice que la razón de ser del TPP es precisamente aislar a China: “El TPP excluye China. Tamaña omisión. Eso es precisamente su razón de ser”.
SEGUNDA MENTIRA: los que se oponen a este tratado son “proteccionistas”
Los proteccionistas son las corporaciones que lo delinearon y pagaron por su elaboración (aportando abogados y lobistas que escribieron los capítulos del tratado, cada uno trabajando a mil dólares la hora y que a diferencia del resto de los mortales, tuvieron acceso a las negociaciones). Ellas son las que quieren cambiar el añejo “proteccionismo país” por un igualmente añejo “proteccionismo corporativo”: el TPP-11. Una forma específica de socavar nuestra soberanía, colocando un candado para garantizar el inmovilismo en una gran gama de materias que les favorecen.
El TPP-11 es un tratado que les asegura a las corporaciones seguir operando en el futuro de la misma forma como lo han hecho hasta ahora, pase lo que pase, cueste lo que cueste. Y en especial: piense lo que piense la mayoría de nuestros conciudadanos. Ya decíamos: de democracia protegida a corporaciones protegidas.
A diferencia de lo comercial, lo que sí es nuevo en el TPP-11 y relevante para Chile son cuatro elementos. Los dos primeros agregan a nuestros tratados comerciales ya existentes un capítulo (muy controversial) sobre comercio electrónico, y otro con cláusulas nuevas que restringen los requerimientos indirectos de contenido local. El tercero, que es clave, restringe las actividades de las empresas públicas (ver aquí). Estos tres aspectos del tratado no estaban ni siquiera incluidos en el ya limitante tratado comercial con Estados Unidos.
“El TPP-11 es un tratado que les asegura a las corporaciones seguir operando en el futuro de la misma forma como lo han hecho hasta ahora, pase lo que pase, cueste lo que cueste. Y en especial: piense lo que piense la mayoría de nuestros conciudadanos”.
El cuarto, está dirigido a restringir aun más el rol del sector público en la vida económica, como por ejemplo, en materia de compra de remedios para los sistemas nacionales de salud. En Gran Bretaña el costo mediano de un tratamiento de cáncer es equivalente a $2 millones al mes; en Estados Unidos cuesta tres veces más. Y eso, por el poder negociador que tiene el primero vía su sistema nacional de salud, el que atiende a más del 90% de la población.
No extraña entonces que lo primero que le dijo Donald Trump a Theresa May es que si querían hacer un tratado comercial post-Brexit, Gran Bretaña tendría que aceptar al menos dos cosas: que se prohíba el uso del poder de negociación del Sistema Nacional de Salud en la compra de remedios, y que tendrían que aceptar la importación de alimentos hoy prohibidos en Europa, como carne de animales engordados con hormonas y pollos lavados con cloro. En el Estados Unidos de hoy, el Medicare (programa de cobertura de seguridad social administrado por el gobierno y que opera como un seguro) ya no puede negociar precios, lo que le cuesta más de US$50 mil millones adicionales al año. Lindo regalo para las farmacéuticas.
A nosotros en Chile, que no se nos vaya a ocurrir una AFP estatal o nuevas formas, más imaginativas, eficientes y equitativas de pensiones. Ahora resulta que uno es “proteccionista” porque quiere que el sector público haga algo más que subsidiar la ineficiencia y avaricia de las AFP privadas vía políticas tipo ‘Pilar Solidario’, un subsidio (bastante caro) para que las AFP puedan seguir haciendo lo mismo, pero con algo más de paz social…
Otro ejemplo, hace unos días un diario financiero local anunciaba (con horror): “Alemania gira hacia el intervencionismo estatal. China ya no es el único país que apuesta por financiar sus grandes empresas, o bloquear inversiones extranjeras en sectores claves”. Está la ignorancia de creer que China es el único país que hace eso, como si Estados Unidos no hubiese hecho lo primero tantas veces (y en muchas áreas, como en Silicon Valley durante todo el período de maduración del paradigma tecnológico actual o, con mucho más descaro, en su sector financiero desde la crisis financiera de 2008); o siga haciendo lo segundo, como excluir a Huawei del 5G. Para eso fue creado el TPP-11, para que algunos países puedan hacer cosas como esas, pero que a nosotros no se nos ocurran herejías semejantes.
Si necesitamos industrializar el sector exportador, piedra angular de nuestra indispensable diversificación productiva, el sector público no se va a poder meter en eso -ni indirectamente con políticas públicas, ni menos como agente productivo- aunque el sector privado (nacional o extranjero) no tenga ningún interés de hacerlo. Y eso por dos razones poderosas: porque el TPP-11 restringe completamente el campo de acción de las empresas públicas; y porque los que se dedican a lo puramente extractivo pueden pedir compensación tan solo porque sus mezquinos intereses se pueden ver perjudicados si, por ejemplo, se implementa un royalty diferenciado para incentivar el procesamiento local de los recursos naturales.
TERCERA MENTIRA: el TPP-11 no restringe nuestra democracia
Como nos dice una encuesta de la Universidad Diego Portales, el 81% de los chilenos prefiere un sistema de pensiones estatal; solo el 23% de la ciudadanía apoya que las Isapres sigan siendo privadas; y así sucesivamente. Si bien el lobby y otros “incentivos” podrán mantener a raya a una parte importante de la clase política, el cocktail de que más de la mitad de los que pueden votar prefieren no hacerlo (ni siquiera en la segunda vuelta presidencial), y que ellos y ellas quieren cambios fundamentales, puede ser letal para un “modelo” petrificado casi por medio siglo. Ahí entra el TPP-11: un credit default swap barato contra la posibilidad que esa mayoría silenciosa deje de serlo. Lo demás es pasar gatos por liebre.
Y mientras más inmovilismo, salimos todos perdiendo, pues el cambio, como el vino, se avinagra pasado su tiempo (y puede llevar a Trump, al Brexit, neo-fascismo en Europa Oriental, India, Filipinas, Venezuela, Brasil, etc.). Si bien el cambio no se puede parar, sí se puede desvirtuar. Pero explíquele eso a gente con más liquidez que imaginación.
CUARTA MENTIRA: los nuevos tribunales internacionales van a ser “independientes”
La verdad es otra: estos tribunales, que van a reemplazar a los que ya tenemos en Chile, y serán los únicos donde se podrán dirimir las materias en controversia, no son más que tribunales de fantasía, y con jueces llenos de conflictos de interés. En ellos, jueces y abogados se van a alternar en sus funciones: rotarán entre servir como jueces en los tribunales, y actuar en representación de las corporaciones que llevan sus causas a dichos tribunales. Si como jueces son cariñosos con las multinacionales, podrán esperar jugosos contratos cuando se reencarnen en el periodo siguiente como litigantes en representación de las agradecidas multinacionales. Si hay algo que la ideología neo-liberal domina a la perfección es la tecnología del poder.
Con el TPP-11, las áreas en las cuales otros Estados y corporaciones (y especuladores) van a poder demandar a Chile en estos tribunales incluyen una amplia gama de materias; por ejemplo, en lo relacionado al medio-ambiente (olvídense de un Green New Deal criollo); al mercado laboral (estamos hablando de hasta ponerle un rango estrecho al salario mínimo); a la regulación de las finanzas (tanto las que operan en el país, como a los capitales golondrinas, ya desatados en su locura; incluso controles de capital del tipo Ffrench Davis-Zahler en los ’90, aquellos que hasta el FMI dijo que eran el ejemplo a seguir para los países en desarrollo, ya no serán posibles, ver aquí); a las rentas de nuestros recursos naturales (que pertenecen a todos los chilenos y que incluso la actual Constitución que por ilegítima y tramposa que sea, en eso es clara); a la política económica en general; y a un sin número de otras materias, como las ya mencionadas en pensiones y salud, o a hacer algo por nuestra obscena desigualdad. ¿Libre comercio? ¡De qué libre comercio me hablan!
Incluso cuando Estados Unidos se salió del TPP (una de las tantas pataletas de Trump), sólo se “suspendieron” unas 20 disposiciones originales (entre las que se contaban algunas relacionadas con propiedad intelectual, y dos vinculadas a disputas por contratos de inversión y autorizaciones de inversión). Sin embargo, éstas solo se “suspenden”, por lo que se pueden reintroducir en cualquier momento.
Asegurar el inmovilismo permanente en todas esas materias (y más) es el leitmotiv del TPP-11. De ahora en adelante, cualquier cambio significativo en cualquiera de ellas va a requerir el permiso de otros Estados y de las corporaciones y especuladores internacionales. Eso se llama ceder soberanía. Y si algo no les gusta, habrá que “compensar” a diestra y siniestra por todas las utilidades que podrían haber ganado sin nada hubiese cambiado.
Entre los ítems más surrealistas del TPP en estas materias, está el “derecho” de las multinacionales a demandar a los Estados por el “costo moral” que les podría significar haber tenido que demandarlos en los nuevos tribunales “independientes”. Hasta García Márquez debe estar incrédulo en su tumba.
QUINTA MENTIRA: el TPP-11 nos abre el horizonte en materias económicas
Como decíamos en otra columna en CIPER, el TPP-11 no es más que un tratado destinado a impedir que gobiernos futuros puedan hacer algo efectivo respecto de tantas “verdades mentirosas” (en el sentido de Foucault) que apoyan a nuestro ineficiente, concentrador y añejo modelo neo-liberal. Una vez firmado el TPP-11, si se busca el cambio, se nos va a venir encima otro “tribunal constitucional” que nos va a bajar la línea en dichos temas.
Como ya lo sabemos, después de perder el plebiscito la dictadura nos llenó de este tipo de “tribunales” de amarre para asegurarse de que el rango de maniobra de futuros gobiernos fuese mínimo. Como se ha recordado tantas veces, Jaime Guzmán nos decía: “La Constitución debe procurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque -valga la metáfora- el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para ser extremadamente difícil lo contrario”. Con el retorno a la democracia, la Concertación dejó intactos dichos cuerpos de supra-vigilancia, e intentó democratizarlos vía cuoteo dentro del duopolio: pretendiendo que se “legitimaban” tan solo porque sus (cuoteados) miembros tendrían que ser confirmados en el Congreso.
“Un tratado así dificulta de sobremanera el poder hacer algo respecto de nuestras (muy rentables) fallas de mercado, nuestra falta de competencia, nuestro fraude respecto de la apropiación indebida de las rentas de los recursos naturales, nuestros salarios de ineficiencia, nuestra educación destinada a reproducir privilegios”.
Estamos hablando de instituciones como el Tribunal Constitucional, el Banco Central “independiente”, el Consejo Nacional de Educación y el Consejo Nacional de Televisión. Y ahora, con el velo del “libre comercio”, se intenta crear con el TPP-11 una de las peores camisas de fuerza para nuestra democracia en todas las materias que otros Estados o las multinacionales (incluido las criollas “internacionalizadas”) encuentren relevantes.
SEXTA MENTIRA: el TPP-11 es “un paso adelante”, y natural, en nuestro desarrollo
Por el contrario, el TPP-11 no es más que una forma de reforzar la “des-sincronización” actual entre el empuje del desarrollo de las fuerzas productivas y el lastre del «modelo». Dada la poca imaginación social que nos queda, esta des-sincronización solo puede continuar con un proceso de des-democratización continuo, pues para poder mantener la ineficiencia y arbitrariedad del status quo, cada vez son más necesarios engendros tipo TPP-11.
Un tratado así dificulta de sobremanera el poder hacer algo respecto de nuestras (muy rentables) fallas de mercado, nuestra falta de competencia, nuestro fraude respecto de la apropiación indebida de las rentas de los recursos naturales, nuestros salarios de ineficiencia, nuestra educación destinada a reproducir privilegios, y tanta ineficiencia, abuso y falta de ambición que caracterizan a nuestro “modelo” y a sus actores líderes. Qué falta nos hacen los Piloto Pardo. ¡Y cómo nos sobran los “Sir” Shackleton!
También sorprende el silencio de nuestro Poder Judicial, al que se deja arbitrariamente fuera de la cancha como árbitro de este tipo de conflictos, diciéndole en su cara que no se confía ni en su imparcialidad ni en su integridad ni en su jurisprudencia. Si hasta Donald Trump exigió en la renegociación del NAFTA con México y Canadá que tienen que ser los Estados los que decidan en qué tribunales se van a dirimir las disputas. Él prefiere las cortes de su país.
Como decía, la piedra angular de este tratado es asegurar que las tensiones entre la organización del modelo y el desarrollo productivo no se resuelvan “avanzando”. Si el primero sofoca al segundo, el TPP-11 le da oxígeno al primero y CO2 al segundo. Y así nos quedamos clavados con nuestra falta de diversificación, bajísimo crecimiento de la productividad, y picante desigualdad.
Hay un aspecto del TPP que es importante enfatizar: el que se refiere a los mecanismos de solución de disputas entre Estados, y entre “inversionistas” y Estados. Y este punto establece que las corporaciones van a poder llevar a los Estados al nuevo tipo de tribunal internacional cada vez que, según ellas, vean afectadas “sus expectativas razonables de retorno”. Incluso pueden forzar a que las disputas sean dirimidas en este tipo de tribunal en lugar de los tradicionales, como los del Banco Mundial, o del sistema de Naciones Unidas (¡ya ni esos les dan confianza!).
Todo esto dentro de un contexto burlesco llamado “expropiación indirecta”: la idea de que también se considerará como expropiación “la medida en la cual la acción del gobierno interfiere con expectativas inequívocas y razonables en la inversión“.
Como explicábamos en otras columnas, aquí hay tres palabras clave; la primera se refiere a qué se entiende por “interferencia” de un gobierno. ¿Cuál va a ser la diferencia, por ejemplo, entre una “interferencia”, y una acción de orientación keynesiana, de un gobierno democráticamente elegido, que representando la voluntad popular, busque la estabilidad macroeconómica con controles al movimiento especulativo de capital, y un tipo de cambio relativamente estable y competitivo; que busque la defensa del medio ambiente, la de los derechos de los trabajadores y de los consumidores; su acceso a la salud y a la educación; o a la vivienda?
Por absurdo que parezca, por un tratado similar y en cortes similares otro gobierno ya tuvo que compensar a multinacionales por haber subido el salario mínimo más allá de lo que éstas consideraban “razonable”. ¿Imagínese si se nos ocurre finalmente transformarnos en gran exportador agrícola orgánico, algo altamente rentable y con ventajas obvias? No sería posible, a menos que sea coordinado por políticas públicas. ¿O que le coloquemos un royalty diferenciado a la minería del cobre para al menos evitar la absurda polución que se genera, porque de los mil barcos que salen al año con concentrado, el equivalente a unos 700 llevan sólo basura (escoria)? ¡Imagínense la cola de piratas que se formaría pidiendo indemnización!
Segundo: ¿y quién va a definir qué es lo “razonable”? Por decir lo obvio, no hay área más relativa que esa; hoy por hoy, según los mercados financieros, lo razonable son retornos tan exuberantes que llevan a los accionistas y ejecutivos a lo que el Banco Central de Inglaterra ya llama “auto-canibalizar” sus propias corporaciones. Reuters usa el mismo lenguaje.
Y, tercero: ¿qué es una “inversión”, a diferencia de actividades solo especulativas, como movimiento de capitales golondrinas, y actividades de traders que solo buscan beneficiarse explotando fallas de mercado hechas a la medida (muchas veces en el área gris de lo legal, como un famoso trader local)?
¿Son cortes del tipo-Mickey Mouse, pobladas de jueces como aquél que continuamente fallaba a favor de los “fondos buitres”, y con una jurisprudencia hecha a la medida, las más indicadas para dirimir estos temas? Ya se sabe que el TPP-11 establece claramente que las multinacionales pueden exigir que los litigios vayan a estos tribunales, aún en los casos donde ya exista un tratado entre un país y multinacionales que diga lo contrario. Como por ejemplo, que diga que dichos problemas solo pueden ser resueltos en cortes nacionales (como es el caso del tratado entre Exxon y el gobierno de Malasia). ¡No! El TPP-11 hace irrelevante cualquier acuerdo ya existente que diga lo contrario.
SÉPTIMA MENTIRA: el TPP-11 es un tratado “transparente”
No es así. Un ejemplo: un artículo afirma que “no hay nada en este capítulo que impida a un país miembro regular el medio ambiente, la salud u otros objetivos de esta naturaleza”. Pero a reglón seguido se agrega: “pero tal regulación debe ser compatible con las otras restricciones del tratado”. En buen castizo, uno va a poder hacer lo que quiera, como quiera y cuando quiera, siempre que lo que quiera sea lo que el TPP (y sus cortes versallescas) estipulen como “razonable” (en lugar de “interferencia”), aún en el caso de que ello se refiera a actividades puramente especulativas, destructivas del medioambiente o indebidas en tantos sentidos.
Para el New York Times todo lo anterior es claro: “La prioridad [en el TPP] es la protección de los intereses corporativos, y no el promover el libre comercio, la competencia, o lo que beneficia a los consumidores”. En términos financieros, el TPP no es más que el nuevo “put” de las multinacionales.
El problema fundamental para este modelo neo-liberal (especialmente en su versión anglo-ibérica) es que no hay muchas formas de ordenar el puzzle para que el resultado sea continuar obteniendo los retornos corporativos absurdos de hoy. Y tan sólo por recoger la fruta al alcance de la mano.
Recordemos que durante el (mal llamado) “súper-ciclo” las corporaciones del cobre sacaron de Chile como repatriación de utilidades (en moneda de igual valor) más que todo lo que costó el Plan Marshall de la post-guerra, el programa para la reconstrucción de toda la Europa devastada por la guerra. Y se llevan eso por molestarse en hacer cosas como el concentrado de cobre: un mineral con un contenido de apenas un 30% de metal, resultado de una flotación rudimentaria del mineral bruto pulverizado. Solo por eso se llevaron entre 2002 y 2014 más que todo el stock del ahorros previsionales de los 10 millones de chilenos forzados a cotizar en AFP (¿dónde habrá quedado el “freedom to choose” de Milton Friedman, aquello que iba a caracterizar el neo-liberalismo en lo económico?). ¿Qué pasó con nuestro derecho de propiedad sobre la renta de nuestros recursos naturales (el respeto al derecho de propiedad iba a ser otra de sus características)?
“Las corporaciones van a poder llevar a los Estados al nuevo tipo de tribunal cada vez que, según ellas, vean afectadas ‘sus expectativas razonables de retorno’. Incluso pueden forzar a que las disputas sean dirimidas en este tipo de tribunal en lugar de los tradicionales, como los del Banco Mundial o Naciones Unidas”.
Un problema fundamental de las políticas públicas es sincronizar dos lógicas distintas: la del desarrollo nacional y la del capital globalizado (nacional y extranjero). El supuesto implícito con el que se ha trabajado en Chile desde las reformas, tanto en dictadura como en democracia, es que ambos intereses son prácticamente idénticos. Como cada día es más evidente que eso no es así, un TPP es muy bienvenido para asegurar la primacía del segundo.
Antes de las reformas, la hipótesis de trabajo en política económica fue que ambas lógicas eran contradictorias; ahora, que ellas son indistinguibles. ¿Por qué será que en lo ideológico la tradición iberoamericana solo puede avanzar con saltos mortales, siempre buscando el opuesto, siempre multiplicando por menos 1?
Albert Hirschman nos decía que la formulación de políticas económicas tiene un fuerte componente de inercia, en pocas partes tan fuerte como en América Latina. Por tanto, a menudo éstas se continúan implementando rígidamente aunque ya hayan pasado su fecha de vencimiento y se transformen en contra-productivas. Esto lleva a tal frustración y desilusión con dichas políticas e instituciones que es frecuente tener posteriormente un “efecto rebote”. Ya pasó con el modelo económico anterior (el sustitutivo de importaciones, en un modelo de industrialización liderado por el Estado). Por eso, quizás lo único que va a lograr el TPP-11 -y la “utopía invertida” de la (no tan) nueva izquierda- va a ser trasformar el siguiente “efecto rebote” en algo muy probable. Y así vamos a seguir, de opuesto en opuesto…
Quizás esto es lo que más nos diferencia con el Asia emergente, donde las tensiones del tipo mencionado se resuelven “avanzando”. Parece que solo ellos aprendieron eso de la entropía; de cómo hay solo una dirección sensata en el movimiento: “hacia adelante”… Aquí la mayor parte de la energía se desperdicia tratando de detener el tiempo, y así queda bien poca para mover el sistema “en la dirección del tiempo”. Con una imaginación social tan mediocre, no solo se corroe nuestra economía, sino también nuestra democracia.
Como casi siempre, Freud nos ayuda a desenredar la madeja: “Es innegable que nuestra civilización contemporánea favorece al extremo la producción de hipocresía. Uno podría aventurarse a decir que ella se construye sobre tal hipocresía…”.
Por José Gabriel Palma
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