María Caricheo pidió ayuda durante días para vaciar su fosa séptica. Llegó incluso hasta el municipio para redactar un escrito y solicitar un camión. Pero nada de eso sirvió. Los últimos días que estuvo con vida la pestilencia, las plagas y los malos ratos la tenían desesperada. Llorando por las noches. Las únicas soluciones que le daban se reducían a hacerlo particular o esperar otro mes. Pero su pensión no le daba, ni siquiera para las opciones “más baratas”. Casi al final de esa semana, en la que tocó varias puertas en busca de ayuda, María murió intentando limpiarla. María Caricheo Pailalef estaba desesperada.
Cuando tocó la puerta de Juana Montiel, la presidenta de la junta de vecinos, ya era mitad de semana. Estaba angustiada desde hace días y creyó que ahí encontraría alguna solución. Le explicó que su fosa séptica estaba colapsada y necesitaba vaciarla lo más pronto posible. El olor ya era insoportable, tanto adentro como fuera de la casa. Juana le dijo que no podía hacer nada.
El jueves llamó a un vecino. Le pidió que la trasladara hasta el municipio para pedir que el camión, que de vez en cuando limpiaba fosas en las áreas rurales de Fresia, fuera a limpiar la suya. Subió hasta el tercer piso e ingresó un escrito con la solicitud. En ese punto ya ni siquiera podía comer adentro de su mediagua. Las plagas y la pestilencia hacían lo suyo. Desde la oficina de partes le respondieron que no podían atenderlo inmediatamente porque estaban trabajando en una feria costumbrista, pero que de tres a cuatro semanas, quizás, podrían tramitarlo.
La situación ya estaba desbordada. Literalmente. La mañana del viernes llamó a Isolde, su amiga, para exponerle lo angustiante que le resultaba vivir de ese modo. Así lo confiesa ella misma a BBCL Investiga:
—Ella me decía que lloraba mucho en la noche, en su silencio, por la impotencia que sentía de que no la escucharan.
Al día siguiente nadie notó su angustia. La disimuló cuando fue a la iglesia y el encargado, que la fue a buscar a su casa, le advirtió que no iría casi nadie esa tarde al culto.
—Pero qué importa. Vamos nomás, si el Señor está con nosotros— le respondió ella animada.
De vuelta se vino conversando como si nada le aquejara. Como si cuando fuera a abrir la puerta y poner un pie adentro de su hogar, no se le revolviera el estómago.
Esa fue la última vez que se le vio y se le escuchó con vida.
El domingo la encontraron muerta al interior de la fosa. Se había caído en un intento por limpiarla.
Isolde tiene 74 años, cinco menos que María. Está parada a mitad del camino de Alto Bonito sacando moras, con las manos manchadas y un tarro lleno. Está enferma, pero no lo dice. Tres días después de ese jueves de febrero tendrá que pedirle a su hija que la lleve a urgencias porque no resiste los dolores. Para entonces, se aguanta. Hará mermelada con lo que sacó y guardará para el invierno. Explica que por esas zonas rurales, que están a media hora de Frutillar y Puerto Varas, hay que abastecerse con tiempo o después se pasa mal.
Pasarán treinta minutos al borde del camino, con las espinas de la zarzamora que al mínimo movimiento rasguñan, entre camiones y vehículos que ensordecen, en un inminente atropello, antes de que decida sentarse en su comedor y beber una taza de agua para conversar tranquilamente.
—¿Usted viene del consultorio? —pregunta curiosa.
—No, ¿por qué? ¿Tiene que ir al consultorio?
—No, es que queríamos firmar una formalización de Adultos Mayores.
—Yo vengo a investigar lo que pasó con la señora María, con Lolita.
—Yo la conocí hace más de 50 años (…) Ella me contó muchas cosas, pero eso me lo voy a llevar a mi tumba. Porque nosotras nos prometimos las dos, que quien se muriera primero, íbamos a guardar todo. Porque ella me dijo: “Somos las dos solitas”.
La fosa rebalsada
Isolde respeta su palabra y la de María: no habla de más. Cuenta que se conocieron cuando ambas trabajan en los campos de Paraguay, cerca de Frutillar. Aunque eran estancias distintas, se topaban cuando bajaban a la posta rural. Con sus hijos casi de la misma edad, era fácil congeniar. Ella no lo dirá, pero María nunca pudo ser madre tras sufrir dos pérdidas. Cargó por años con ese dolor, hasta que decidió junto a su esposo adoptar.
—Nos aprendimos a querer como hermanas, como familia. Entenderá que acá arriba fuimos más que hermanas. Nosotros pasábamos siempre tomando mate juntas, tomando cafecito, almorzábamos juntas.
Se volvieron a reencontrar en Alto Bonito, un sector de Tegualda que pertenece a Fresia y en el que, según el último Censo, viven 1.436 personas. María se fue a vivir ahí cuando su esposo enfermó de cáncer. Dejó de trabajar y se pasó esos meses cuidándolo, hasta que murió a mitad de 2019. El golpe fue duro, pero fue mucho peor cuando al mes siguiente le avisaron que su único hijo también estaba muerto. Su borrachera lo había hecho caer a una zanja y murió ahogado en su propio vómito.
Quedó sola después de eso.
Su nuera y sus dos nietas que vivían con ella se mudaron a Frutillar tras el accidente. Estas últimas la visitaban cada vez que podían.
Allí su vecina Magaly entró con un rol protagónico. Aunque vecina es un decir porque compartían el mismo terreno.
—Con mi mamá, ellas dos estaban todo el día juntas, todos los días juntas. Ella no se separaba —confiesa Francisca, hija de Magaly, quien justifica que su madre está demasiado angustiada para conversar. Y ante todo, hastiada de los periodistas.
Entre las dos se apoyaban. No hubo un sólo día en que no estuvieran juntas o no se sentaran afuera de la casa de María por las tardes para conversar. Lloviera o hiciera calor. Sólo el aburrimiento o el cansancio las separaba. Ese apoyo también se reflejó en que tiempo atrás, fue ella y su familia quienes con una manguera le vaciaron la fosa séptica.
Las condiciones, para nada higiénicas, era lo que alcanzaba. Hacerlo particular costaba entre 117 y 150 mil pesos. Inalcanzable para una pensión mínima. María muchas veces pidió dinero prestado para sobrevivir. A sus gastos personales y básicos había que sumarle su hipertensión, diabetes y depresión.
Y aunque esta vez también intentaron ayudarla de muchas formas, la fosa necesitaba una limpieza, no sólo un vacío a medias que una manguera de riego lograría a duras penas.
—Ahora ya se le había rebalsado. Ya no se podía hacer mucho porque de verdad que estaba, o sea, está hasta arriba —Francisca dirige su mirada hacia la fosa que, en cada ráfaga de viento, esparce el hedor.
Administrar pobreza
María llevaba más de una semana pidiendo ayuda. La pestilencia, sumado al calor de febrero, era insoportable. El problema radicaba en que su fosa estaba conectada al baño y, tanto la ducha como el WC, no se vaciaban. El estanque había superado los 1.200 litros y el agua estancada daba vueltas y se devolvía.
En Tegualda todos funcionan de la misma forma: sin alcantarillado. Ante eso sólo quedan dos opciones, un pozo negro o una fosa séptica. El primero es más natural y se tapa con el tiempo. El segundo debería vaciarse idealmente cada uno o dos años, ojalá antes de que su capacidad sobrepase el 50%. Para hacerlo está la opción de esperar un camión municipal o pagarlo particular. La primera opción, ocurre tarde mal y nunca, acusan los vecinos.
Un informe de Superación de la Pobreza (2021-2022) detalla que Tegualda concentra el 11,6% de la población total de la comuna de Fresia, o sea, hay 1.436 personas. El 40% de ellos son mapuches huilliche. Y el 70%, es decir, 371 hogares, están dentro del tramo 0-40% del Registro Social de Hogares. En simple, son viviendas con menores ingresos y mayor vulneración socioeconómica. Plata no hay, menos para pagar un camión.
—Nosotros administramos pobreza —lanza Lucio Epuyado, administrador municipal de Fresia—. Cuando hemos ido a algunas cosas a nivel nacional, hemos planteado esto, que municipios pequeños como nosotros, administramos pobreza.
Y aunque las cifras hablan por sí solas, en lo tangible eso se traduce en que Tegualda no tiene ni siquiera una ambulancia. Su posta rural no funciona las 24 horas al día y sólo tienen un camión multipropósito para todos los quehaceres de la comuna.
—Es un tercio de camión que en la parte de atrás se modifica según la planificación. Se le coloca un alza hombre cuando hay que hacer mantención de luminaria. Cuando necesitamos retirar voluminosas de algún sector rural, se le cambia y se le pone una tolva atrás. Y también se usa de limpia fosa.
Aunque saben que no les alcanza para cubrir todas las necesidades a tiempo, nunca elevaron una solicitud para comprar otro.
Hasta ahora, que murió María.
También se comprometieron a comprar una ambulancia y abrir la posta a día completo. Pero esto ocurrió después de otra muerte, la de Cristián Díaz, quien se trasladó en un vehículo particular y se encontró con el centro de salud cerrado.
Tampoco toda la gente puede acceder a ese u otros beneficios que entrega el municipio. Como ellos aclaran, antes deben revisar el Registro Social de Hogares y verificar que estén dentro de las personas más pobres.
—Porque no podemos retirarle o limpiar una fosa a los parceleros, o a la gente que tiene un poco más de recursos —dice Epuyado.
Lo ideal, para que el municipio planifique una ida, es que se agrupen varios vecinos de un sector y así retirarles los desechos a todos en un sólo trayecto. Por último, la casa debe tener la infraestructura para que el camión pueda trabajar o al menos los 30 metros para la manguera.
—La obligación nuestra es colaborar. La obligación es de cada familia de poder tener esto limpio. Y no quiero que esto signifique que yo le estoy traspasando la responsabilidad a nadie. Pero nos han dicho asesinos con esto. Es triste para nosotros porque conocíamos a la vecina (María). Nunca estuvimos lejos de ella. No llegamos con esto, pero sí nuestro consultorio estuvo siempre presente en su atención. Le entregamos ayuda social —justifica el administrador.
La ayuda social se compuso en total de dos vales de gas. El primero entregado el 23 de agosto de 2023 y el segundo el 31 de enero de 2025. Lo restante fue una caja de alimentos que le llegó el 2 de agosto de 2019. Y cierra la lista.
“Ayuda para mi hogar”
El miércoles 19 de febrero, tres días antes de morir, María comenzó a desesperarse. Se despertó y llamó a su vecino Sergio que hace fletes dentro de Tegualda. Le pidió que la acompañara hasta la casa de Juana Montiel, la presidenta de la Junta de Vecinos de Alto Bonito.
—La señora Juana dijo que no se podía hacer mucho. Que ya habían ido a hablar al municipio y que ellos habían tomado la opción de contratar un camión particular. El camión particular cobraba de 50 a 80 mil pesos. Si era individual, 80 mil. Sobre tres personas, 50 mil —revela Sergio a este medio.
Juana admite que después de que María fue a su casa, esperó hasta el viernes para presentarse al municipio y pedirles el camión. Desde allí le respondieron que estaría disponible recién en abril. De eso no hay registro, así como tampoco de la gestión que supuestamente hizo ella misma hace un año exigiendo ayuda para María. Desde la municipalidad aclaran que sólo hay un parte formal que ingresó María y fue 48 horas antes de que muriera. Previo a eso no hay nada.
—Yo no puedo desmentir en forma categórica que no exista la solicitud de hace un año. ¿Por qué? Porque hace un año yo no tengo antecedentes —insinúa Epuyado, el funcionario municipal.
—¿Pero usted trabajaba aquí hace un año?
—Sí
—¿Entonces, esa solicitud podría estar perdida o podría no existir?
—Podría no existir. Formalmente. Podría haber hablado con algún funcionario. Somos 170 funcionarios municipales…
La presidenta tiene su propia versión de los hechos. Dice que hace un año el reelecto alcalde Miguel Cárdenas visitó el sector y tuvieron una reunión presencial. Allí le plantearon el tema del camión. ¿Lo malo? Tampoco hay registros porque según Juana, nadie anotó justo esa parte.
—Se le tocó el tema del camión que limpia fosas y que teníamos la necesidad de los adultos mayores. Se nombraron a todas las personas que necesitaban limpiar la fosa. Y no aparece en el acta. Al secretario se le fue, no colocó este tema en el acta —se excusa.
A raíz de todo el meollo abrieron un sumario interno dentro del municipio para descubrir qué pasó.
Pero no es la única que habría ido a pedir ayuda. Francisca, la hija de Magaly, dice que a principios de 2024 su madre acompañó a María hasta la oficina municipal para pedir que le vaciaran la fosa. Nunca fueron, ni en ese ni en otro momento.
La única solicitud que sí quedó registrada fue la del jueves 20 de febrero. Ese día María también le pidió a Sergio que la acompañara. Era la primera vez en su vida que subía a un ascensor y ninguno de los sabía qué botón apretar. Como sea, llegaron hasta el tercer piso para ingresar el escrito que le ayudaron a redactar los funcionarios.
—El compadre que nos atendió fue bien cortante y dijo: “Tienen que esperar porque en este momento estamos dedicados a las fiestas costumbristas. Sería de tres a cuatro semanas más, si es que” —expone Sergio.
“No sé qué voy a hacer”
Después de salir de la municipalidad, María supo que no recibiría ayuda de nadie. Por eso el viernes, 24 horas antes de morir, llamó a Isolde para contarle que ya no daba más. Sentía enojo, impotencia y pena. Isolde lo recuerda:
—Ese día viernes en la mañana me llama y me dice: “No sé qué voy a hacer. Sabes que me dejaron como para tres semanas más”.
Estuvieron conversando por horas, hasta el mediodía. Sólo cortaron porque Isolde le dijo que tenía que hacer el almuerzo. Acordaron verse al día siguiente e irse juntas a la iglesia. Pero a la tarde, a Isolde la llamaron avisándole que su cuñado había muerto. Los funerales iban a ser a la misma hora en la que se había comprometido con María.
El sábado se quedó sola. Francisca con su madre viajaron a Llico, un poco más a la costa. Era su única salida de verano que se extendería por una noche.
A las seis de la tarde, Ramón, el encargado de la iglesia la pasó a buscar para trasladarla al culto en su camioneta. La notó contenta, incluso cuando le dijo que sólo serían cinco personas, ella incluida.
Cantó, adoró y escuchó la palabra. Ese día tocaba el Evangelio de Lucas. El mensaje era seguir adelante, pese a toda la adversidad que uno pueda tener. De vuelta regresó, incluso podría decirse, que feliz.
—Dijo puras cosas bonitas nomás. De su vecina que se llevaban superbién. Que estaba muy agradecida de su vecina que no la había dejado nunca sola. Ella había ido a Llico. Dijo que ella tenía derecho de descansar y pasar un rato tranquila —cuenta Ramón.
La dejó cerca de las ocho de la noche en su casa.
La cámara frente a su casa grabó sus últimos minutos con vida. En blanco y negro se observa a María dando vueltas por su casa. Iba y venía. Iba y venía. En la última vuelta dejó su polerón y su botella de agua a un costado. Se ve que se acerca a la fosa y desaparece.
El domingo, el papá de Francisca la llamó preocupado porque la señora María estaba desaparecida. Le parecía extraño que sus llaves estuvieran adentro de la casa pero no hubiese señales de ella. Pasó por la fosa, sin ver el cuerpo, y decidió cerrarla con su tapa naranja para evitar la pestilencia.
—Yo le dije al tiro, porque yo sabía que ella andaba tan empecinada con esta fosa, porque de verdad que ya era molesto para ella y andaba enojada con la cuestión. Y yo le dije a mi papá, y mi papá no me escuchó. Pero yo le dije que se fijara en la fosa porque no vaya a ser que se hubiese caído ahí.
No le hicieron caso.
Cuando Francisca llegó a la casa se percató que las sandalias de goma eva flotaban al interior de la fosa, en un círculo de 60 centímetros.
Ayuda que nunca llegó
Tiempo antes de morir, María conversó con Isolde. Le pidió que si ella fallecía primero, se encargara de ir a enterrarla y llorarla. Sentía que como estaba sola, no iba a aparecer nadie en su funeral.
—Me dijo “somos las dos solitas, ¿qué vamos a hacer?”. Yo le respondí: “No estamos solas, hermana. Nuestro esposo es el mejor de todos, que es el Señor”.
El día del funeral el cementerio se llenó. La mayoría de los vecinos de Tegualda fueron a verla. Coincidencia o no, su casa quedaba adelante del camposanto. Desde su patio se veían algunos féretros.
La Municipalidad se hizo cargo del saldo que quedó: $190 mil la cuota mortuoria y $70 mil el entierro. El grueso, que fueron más de $900 mil, se pagó particular.
—El lunes vino Lucio Epuyado a dar la cara y pedir disculpas. Vino con la asistente social. Y ella dijo: ¡Ay, nosotros le dimos ayuda! Sacando en cara las ayudas que le habían dado antes, pero es que eso no nos sirve a nosotros. A nosotros nos servía que hubiesen venido a limpiar la fosa —critica Francisca.
Fuente:biobiochile.cl