200 familias viven en el Cerro 18 de Lo Barnechea, custodiados por ratones, tráfico de drogas y carabineros. Sus historias reflejan las carencias de una comunidad que busca por todos los medios salir adelante y de la cual Melany es una de sus dirigentes. “Acá la vida es difícil, no todos tienen agua, menos alcantarillado y ni hablar de seguridad. Incluso, cuando vienen a traficar droga, nosotras los enfrentamos y no permitimos que se tomen nuestras plazas”, dice.

Un deslizamiento de tierra quiebra el silencio de la Senda 23, una de las tres tomas emblemáticas de la zona norte del cerro Dieciocho de Lo Barnechea. “Los de la toma de abajo, aquellos que no tenían sus construcciones más avanzadas, perdieron casi todo. Nada de esto apareció en el diario; menos en la tele. Nosotros somos `la cosa que molesta en el cerro`, siempre se nos ha visto así”, dice  Melany Salas (32), dirigenta del campamento.

Melany pertenece a una de las 200 familias que viven en las tres tomas de la zona norte del cerro Dieciocho de Lo Barnechea –Senda 23, La Cancha y San Cristóbal–  y sus historias parecen calcadas. Muchos son familiares, ex compañeros de la escuela, amigos de toda una vida. Son la tercera y cuarta generación de los primeros habitantes de la emblemática población del sector oriente de la capital que logró su vivienda de 32 metros cuadrados en 1989, tres años después de perderlo todo en un alud. Son parejas o mujeres jóvenes madres de familia que han vivido hacinados desde su nacimiento y muchos no han logrado siquiera terminar la enseñanza básica.

En la punta del cerro hay una cancha en la que se aprecia la vista de Santiago y cuando se juega de noche se puede escuchar a los autos que transitan por Lo Barnechea, abajo. “Generalmente la ocupan los tipos para jugar a la pelota. Eso está bien, el problema es que se agarran a combos y empiezan correr las balas. Ahí da susto y no queda otra que encerrarse con los cabros chicos”, revela Melany, mientras señala desde su terraza el sector de la explanada.

Ella tiene una de las mejores vistas del sector. Junto a su pareja armaron “la cocinería del barrio” y han incursionado en platos venezolanos, sushi, chorrillanas y distintos tipos de empanadas para lograr ahorrar y edificar su vivienda. Tiene tres hijos y es una de las más antiguas de la toma, lleva tres años viviendo ahí. “Este es una comunidad de esfuerzo, de puras mamás comprometidas, hemos restaurado plazas, organizado ollas comunes, construido casas, pozos, alcantarillados, incluso instalamos un basurero para reciclar tetrapack, así educamos a los niños”.

Partió organizando las ollas comunes que se hicieron en el campamento durante la época peak de la pandemia. Su principal foco fue alimentar a los niños del campamento, darles once y colaciones. Hoy, batalla por conseguir mejores condiciones de vida para la toma denominada Senda 23, que alberga a unas 17 familias, 27 niños entre ellos.

-¿Qué significa ser dirigenta de la Senda 23?

-Es hacer lo mismo que hacen todas las mujeres de acá, pero con un nombre más bonito. Me refiero a que todas acá somos dirigentas, nos conseguimos materiales, víveres, hace poco conseguimos que nos construyeran un pozo para los que no tienen dónde ir al baño. Ser dirigenta es ser una conectora con la municipalidad.  No te imaginas lo que costó que nos trajeran las cajas de comida, pero al final la Municipalidad se puso con todo, otro tema fue la sanitización, ¿cómo nos lavábamos las manos si la mayoría no tiene agua?

-¿Por qué asumiste este rol?

-Porque no hay que romantizar la pobreza, al contrario, hay que terminar con ella. He leído hartos reportajes que estigmatizan o hacen ver la parte “esperanzadora” o el “esfuerzo” de vivir así, pero no es ni lo uno ni lo otra. Vivir aquí no es una decisión, ¿quién querría ir al baño en un lugar lleno de ratones? Hay guarenes  que meten tanta bulla en la noche que no dejan dormir a las familias.

En Cerro 18 conviven dos mundos: uno familiar y organizado; el otro, sórdido y violento. Melany dice que después de medianoche, todo cambia. En la oscuridad aparece la violencia, real, concreta y verosímil. “Nosotros tratamos por todos los medios que el tráfico de droga no se apodere del cerro, tanto así que cuando vienen a vender pasta a nuestros hijos, nosotras salimos y los enfrentamos”.

-¿Y Carabineros?

Ellos intentan hacer su trabajo, pero les cuesta llegar a las tomas, quizás le dan prioridad a otros barrios, pero acá hay poco acceso. Cómo llamas a Carabineros, cuando te están agrediendo o robando, ¿qué dirección das? ¿Cómo llegan ellos a una casa sin número en pasajes y escaleras que no terminan nunca?

Melany dice que la mejor manera de enfrentar al narco es habitando los espacios del barrio. “De esta forma no se apoderan de las plazas o las esquinas, por ejemplo, ahora estamos en un proyecto precioso, estamos equipando una plaza del barrio. Hace poco postulamos a un proyecto con Techo y ganamos 350 mil pesos para comprar juegos. Es así como nosotros luchamos contra la pobreza, haciendo comunidad”.

Constitución y pobreza

Hace pocos días, Melany fue una de los cuatro invitados a la audiencia con Elisa Loncón, la presidenta de la Convención Constitucional, que se realizó la tarde del 7 de septiembre en el ex Congreso Nacional. Asistieron Vicente Stiepovich, director social de Techo; Juan Cristóbal Romero, director ejecutivo del Hogar de Cristo,  Francisca Prat, estudiante del colegio Betania, de Fundación Súmate; y Melany. ¿El motivo? Entregar el documento con propuestas constitucionales “Constitución y Pobreza”, elaborado en conjunto por nueve oenegés que trabajan en los territorios con los grupos poblacionales más pobres y vulnerables de Chile.

El libro presenta un diagnóstico de la realidad de la pobreza en Chile y también propuestas que buscan garantizar el ejercicio de derecho en temas como vivienda, trabajo, educación y salud.

-¿Qué rol jugaste en la entrega de ese documento?

-Yo también fui por todas las mujeres, las madres solteras, migrantes, por esas abuelas y mamás que viven en situación de calle o en campamentos, que no tienen la oportunidad de ser vistas u oídas. Ese rol jugué yo, porque queremos que nuestras peticiones sean escuchadas en el tema de vivienda, porque se nos ha hecho todo muy difícil.

Su estilo conciliador y su talante doblegan los ánimos de una comuna, Lo Barnechea, tan acostumbrada a la irracionalidad de los bandos. Desde su campamento se ven los lujosos condominios donde viven las familias más ricas de Chile y, desde allí, ella se despide: “Ojalá que incluyan esto en la nueva Constitución, para mí lo importante es que no nació de lo teórico, sino de las propuestas que levantaron 25 mil personas excluidas lo largo de todo Chile después del estallido social. Hoy, todo aquello, se materializa en este documento que busca que no nos dejen al margen como siempre”.

-¿Tienes fe en los constituyentes?

-Mira, ahora, de ellos depende, pero devolverle la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida es responsabilidad de todos. Quizás los cambios no los vea yo, pero con que mi hija los logre vivirlos, estoy conforme. Como dicen por ahí, “la esperanza de los pobres nunca se frustrará, porque es lo único que tenemos”.