Cuando los derechos humanos refieren a cuestiones como la vida, la muerte o la integridad física y psíquica, ellos apelan a estados externos; cuando describen nuestras identidades y decisiones íntimas, son las propias personas quienes los aceptan como significativos. El dilema actual de los derechos humanos radica justamente en cómo mantener un equilibrio entre ambos momentos. Cuando la dimensión objetiva se impone a la subjetiva, ganan posiciones conservadoras que, apelando a valores más allá de la historia, intentan imponer sus agendas como las únicas verdaderas. Solo así puede afirmarse que el aborto es un atentado a la vida o que las diversidades sexuales serían una aberración antinatural. Por su parte, cuando prima únicamente su lado subjetivo, se pueden justificar sus violaciones si no simpatizamos con los grupos afectados (en China, Nicaragua o quienes protestan de forma violenta en Santiago) o pueden derogarse porque un grupo lo suficientemente numeroso decide que ya no cree en ellos, como en Afganistán.
El debate público vuelve recurrentemente al tema de los derechos humanos: dónde empiezan y terminan, quiénes son los responsables principales de resguardarlos, y cómo implementarlos a escala local, nacional e incluso global. Solo en la última quincena, el 30 de agosto se conmemoró el día de los derechos humanos, hoy se cumple un año más del golpe cívico-militar de 1973, un candidato presidencial se refirió a los DD.HH. como “excusas” para no aplicar la ley con mano dura, y observamos con horror la regresión autoritaria en Afganistán. Un breve recorrido por la historia y características principales de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la ONU en 1948, nos ayuda a comprenderlos de mejor forma.
Es bueno recordar que el texto se preparó de forma inusualmente inclusiva. La declaración tomó elementos del pensamiento cristiano, musulmán y judío y en su redacción jugaron un rol clave no solo representantes de las grandes potencias sino de países tan disímiles como China, Líbano, India y Chile (a través del juez Hernán Santa Cruz). El texto está lejos de ser perfecto y finalmente no fue consensual (Sudáfrica y los países de la órbita soviética se abstuvieron al momento de la votación), pero es incorrecto comprender los derechos humanos como un “discurso imperialista” o meramente “occidental”.
Otro elemento relevante es que la fuerza normativa de los derechos humanos radica en que apelan a dos formas diferentes de legitimidad: la fuerza del derecho, que como normas positivas deben poder implementarse –por la fuerza si es necesario– y la validez moral de ideas que asumimos como correctas porque aplican igualmente a todos los seres humanos en todo tiempo y lugar. Este carácter doble explica por qué son los Estados los violadores principales de los derechos humanos y son ellos también los que tienen la responsabilidad principal por protegerlos: cuando entregamos al Estado el monopolio del uso de la violencia legítima, le exigimos también estándares más altos en el cumplimiento de sus obligaciones.
Quisiera concentrarme en otra dimensión menos evidente, pero que ha tomado relevancia creciente en las últimas décadas: los derechos humanos deben “cuadrar el círculo” de que son “objetivos” y “subjetivos” al mismo tiempo. Se trata de derechos objetivos, puesto que afirmamos su validez incondicional, y son derechos subjetivos porque nadie sino nosotros mismos podemos reconocer su existencia. Cuando los derechos humanos refieren a cuestiones como la vida, la muerte o la integridad física y psíquica, ellos apelan a estados externos; cuando describen nuestras identidades y decisiones íntimas, son las propias personas quienes los aceptan como significativos.
El dilema actual de los derechos humanos radica justamente en cómo mantener un equilibrio entre ambos momentos. Cuando la dimensión objetiva se impone a la subjetiva, ganan posiciones conservadoras que, apelando a valores más allá de la historia, intentan imponer sus agendas como las únicas verdaderas. Solo así puede afirmarse que el aborto es un atentado a la vida o que las diversidades sexuales serían una aberración antinatural. Por su parte, cuando prima únicamente su lado subjetivo, se pueden justificar sus violaciones si no simpatizamos con los grupos afectados (en China, Nicaragua o quienes protestan de forma violenta en Santiago) o pueden derogarse porque un grupo lo suficientemente numeroso decide que ya no cree en ellos (como en Afganistán).
Los derechos humanos son únicos porque, después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, son el primer gran intento en la historia de la humanidad de transformar ideas morales generales en derechos ejecutables, apelando en ambos casos únicamente a normas que los seres humanos nos damos mutuamente. Usar los derechos humanos de manera cínica es una forma de faltarnos el respeto a nosotros mismos.
FUENTE:
EL MOSTRADOR