En promedio, un gendarme se suicidó cada nueve meses en la última década estando en su trabajo. El encierro, los extenuantes turnos y la lejanía con sus familias convergen en un problema de difícil solución. Sólo en el último año, tres jóvenes funcionarios se quitaron la vida con su arma de servicio. La institución ha intentado -sin éxito- frenar un mal que se ha vuelto endémico. En este reportaje, cercanos cuentan los últimos pasajes de los gendarmes suicidas.
Llorando y con el revólver de servicio apuntando directo a su cabeza estaba el gendarme Martín Segura López a las 00:50 horas del lunes 25 de abril recién pasado. La escena estremeció a quienes a esa hora rondaban cerca de la torre Nº 4 de la Cárcel de Alto Hospicio.
Eran sus primeros meses en la institución y hacía tres días que su familia no tenía noticias de él. Un percance ocurrido la semana anterior lo mantuvo con la mente en otra parte. No respondió ni siquiera los mensajes por WhatsApp.
Pese a los esfuerzos de sus colegas por convencerlo, la decisión estaba tomada y el ruido del disparo hizo eco en las frías paredes del penal ubicado en la región de Tarapacá.
Así como Martín, y sólo en el último año, otros dos jóvenes funcionarios de Gendarmería de Chile se quitaron la vida estando de servicio. La misma fórmula: con el arma que tenían a su cargo y en su lugar de trabajo. La lista se vuelve cada vez más larga al escarbar en la última década.
A 1.600 KM DE CASA
“En esta vida sólo somos un momento y cada día se aprende algo nuevo. Para algunos la vida es super corta y hoy me arrepiento si de verdad hice daño a alguien, jamás fueron mis intenciones. Mi familia siempre será lo más importante y mi mamá… te amo con mi corazón, si me arrepiento de algo en esta vida es de haberte fallado. Gracias por tanto a todos los que siempre han estado.”
Ese fue el mensaje con el que Martín -criado en el sector Paso Ancho de la comuna de Río Claro, región el Maule- se despidió de sus cercanos. El texto lo subió a su estado de WhatsApp acompañado de una fotografía. Eran las 00:08 horas cuando cargó la imagen donde se alcanzaba a ver la parte inferior su cuerpo dentro de la garita de paredes blancas manchadas donde hacía guardia.
17 minutos más tarde le escribió directo a una colega con la que alcanzó a formar un estrecho vínculo de amistad: “Eres una persona genial y te juro por lo que más quieras que fue genial conocerte”.
El “¿Qué te pasó?” que Coni, compañera de generación, le envió a las 00:30 horas nunca tuvo respuesta. 20 minutos después Martín protagonizaba la escena descrita al comienzo de este reportaje.
Los primeros en darse cuenta fueron el teniente 2º Ronald Aravena, el subteniente Alexis García y el cabo 2º Michael Arancibia. Eran los tres funcionarios que a esa hora realizaban la ronda por el denominado “anillo virtual” del centro penitenciario custodiado por los centinelas de turno.
Pese a que por naturaleza se trata de un texto muy estructurado, el reporte oficial del incidente permite hacerse una idea de la situación.
“(…) al llegar al puesto Nº 4 detectaron al gendarme, Martín Alberto Segura López, quien se encontraba en el exterior de dicho puesto de servicio llorando y con el revólver de servicio apuntando su cabeza, motivo por el cual se intentó persuadirlo para que depusiera su actitud y bajara el armamento, sumándose más personal de servicio en el sector con ese fin, sin embargo, y pese a los esfuerzos infructuosos el funcionario antes individualizado no dejó que se accediera al puesto a través de escotilla y luego de unos minutos percutió su armamento, resultando herido y fallecido en el lugar”.
No había nada más que hacer, salvo seguir el protocolo: el hecho fue puesto en conocimiento del personal médico de la cárcel y se llamó también al SAMU. Más tarde el fiscal que estaba de turno instruyó que la Brigada de Homicidios (BH) de la Policía de Investigaciones se constituyera en el lugar para las diligencias de rigor.
DE SANTIAGO A RÍO CLARO
Martín, el tercero de los cinco hijos de la señora Carolina López, nació en la región Metropolitana el 27 de octubre de 2002. Ella no estaba convencida de la vida en la capital y siete años más tarde apostó todo para irse a vivir un poco más al sur; el primer destino fue Molina y al poco andar se radicó en el sector Paso Ancho de Río Claro.
A pulso, ladrillo por ladrillo y con la ayuda de sus hijos, construyó allí la que hasta el día de hoy es su hogar. La cerámica en su pieza -justamente pegada por Martín- se lo recuerda a diario.
La señora Carolina le pone pausa al dolor que la agobia y recuerda con orgullo cuando su hijo comenzó a mostrar interés por ingresar a la institución verde boldo.
—Mi hijo se enfocó en la gendarmería como hace tres años. A él siempre le llamó la atención, siempre le gustó y siempre veía los reportajes en la televisión. Me decía ‘mami, mira, un día yo voy a estar ahí’.
La llamada la recibió ese mismo lunes cerca de las 02:00 de la madrugada. Una asistente social de Gendarmería se encargó de comunicarle la mala noticia y los pasos a seguir.
Viajó sola hasta Alto Hospicio para traerse a Río Claro el féretro de su hijo. Antes de volver a su casa, recorrió las dependencias del penal donde paradójicamente a ella le tocó consolar a los compañeros de Martín todavía impactados por lo ocurrido.
—Para ser tan peligrosa esa cárcel eran puros niñitos los gendarmes, eran puras guaguas. Yo tuve que contenerlos a ellos, porque lo único que querían era a su mamá y a mí me veían como su mamá. No deberían haber mandado niños tan pequeños sin ninguna preparación.
Sus palabras apuntan a la poca preparación que su hijo tuvo antes de enfrentarse al mundo penitenciario real. Gran parte del curso de formación lo hizo online por la pandemia, igual que el resto de quienes estudiaron en 2021.
Investigando por cuenta propia se enteró del porqué su hijo estuvo tan distante el último fin de semana. Mientras manipulaba un arma se le escapó un tiro que, si bien no hirió a nadie, se transformó en una presión difícil de enfrentar. Consecuencia, a juicio de Carolina, justamente de la escasa formación para utilizar armamento.
—Una psicóloga lo orientó y le dijeron que no lo darían de baja ni lo multarían, pero conociendo a mi hijo sé que debió haber quedado dañado y no lo pudo superar.
El suceso no fue aislado. El jueves 21 de abril, Ronald, un colega, le avisó por WhatsApp a Martín -haciéndole ver que no era algo poco común- que minutos antes a otro gendarme también se le había escapado una bala: “Hermano, se le percutó el tiro a un loco (…) no eres el único”.
PROBLEMA VIEJO
De acuerdo con antecedentes oficiales obtenidos vía Transparencia por la Unidad de Investigación de BioBioChile, entre el 1 de enero de 2011 y la actualidad (transcurridos 11 años y 6 meses) 15 funcionarios de Gendarmería se han quitado la vida mientras estaban en su lugar de trabajo. En promedio, un suicidio cada 9 meses. (Ver gráfica).
Coincidencia o no, la mayoría de ellos ocupaba la parte más baja del escalafón: 12 eran gendarmes rasos con poco tiempo en la institución, dos ostentaban el grado de gendarme 2º y uno alcanzó a llegar a ser sargento 2º.
El Centro de Cumplimiento Penitenciario (CCP) “Colina 1” fue testigo de dos de los sucesos en ese periodo, misma cantidad que los ocurridos en el CCP de Talca, donde -de hecho- se produjo el penúltimo de los suicidios apenas comenzaba el 2022.
Según confirmó de forma escueta la propia institución, sólo a raíz de uno de los últimos cuatro episodios de estas características, ocurridos desde 2019 en adelante, se inició un sumario administrativo. La copia del mismo no pudo ser entregada a este medio por estar todavía en etapa de investigación.EL ÚLTIMO TURNO DE UN CENTINELA
El pequeño Julián Ulises nació el 1 de febrero de 2022. Exactamente un mes después que su padre, el gendarme 2º Brayan Ulises Gutiérrez Espinoza, subiera a la garita Nº 4 del Centro de Cumplimiento Penitenciario de Talca a hacer el último de sus turnos.
Brayan, el menor de seis hermanos, pasó Navidad con su familia y como consecuencia, le tocó trabajar durante Año Nuevo. Estaba todo conversado con Anaís -su pareja- y por esos días la futura madre de su hijo: el 2 de enero se volverían a ver y celebrarían el cambio de año juntos.
Eso nunca pasó. A las 04:20 de la madrugada del 1 de enero el cuerpo del funcionario de 25 años y 1,75 metros de estatura fue encontrado por su relevo. Yacía en el suelo del puesto de vigilancia junto a un revólver Taurus 38 Special.
Lo primero que hizo el gendarme Alejandro Muñoz Jara cuando vio el cadáver de su colega fue utilizar la radio para solicitar urgente la presencia del oficial de guardia y de personal de salud. El destino ya estaba escrito.
Raudo llegó el teniente 2º Luis Ascencio, segundos más tarde la cabo y paramédico de turno, Deisy Rebeco, quien confirmó que no había pulso y de paso, nada más por hacer.
A pesar de la escena, en los siguientes 10 minutos la atención de todos la concitó un reo que -quizá oliendo movimientos extraños entre los gendarmes- intentó darse a la fuga.
La alerta llegó a las 04:23 desde la torre Nº 1. Un interno se encontraba caminando por la techumbre del módulo Nº 2 decidido a regresar a la calle. Se activó el protocolo correspondiente y la situación fue controlada.
A las 04:36 horas el personal de SAMU ingresó hasta las dependencias carcelarias para constatar oficialmente el deceso del funcionario.
“Paciente que presenta impacto balístico en el cráneo a la llegada de SAMU, fallecido en el lugar, en caseta de vigilancia en el suelo de cúbito lateral derecho, mano flectada”, reza el informe de los paramédicos que acudieron a la emergencia.
Nueve minutos más tarde llegó hasta el recinto carcelario el director regional de Gendarmería en el Maule, coronel José Meza Guajardo, a quien se le brindaron en el acto los pormenores del suicidio.
Al mediodía de ese mismo 1 de enero el cadáver de Brayan Ulises estaba siendo sometido a la autopsia de rigor en dependencias del Servicio Médico Legal (SML). La muestra de sangre extraída para la alcoholemia arrojaría 26 días después un resultado que sus cercanos ya conocían. 2,01 gramos de alcohol por litro de sangre mantenía Brayan en su cuerpo la madrugada en que murió. Así se lee en el informe suscrito por el médico Alejandro Cataldo.
Todo como consecuencia de un improvisado ‘compartir’ de fin de año con algunos de sus colegas en horas previas a subir al muro, en las piezas dispuestas para el descanso de los funcionarios al interior del penal.
ALGO NO CUADRA
“Noté de inmediato que estaba bajo los efectos del alcohol”, cuenta ahora Anaís, recordando la noche de Año Nuevo. Reconoce que la situación le molestó un poco y se lo hizo saber a Brayan.
Con el pequeño Julián Ulises -de actuales 5 meses- en su regazo, relata los últimos minutos que tuvo contacto con su pareja.
Un video que el propio Brayan le envió esa noche -y que BioBioChile se abstuvo de publicar- denota claramente el estado de intemperancia que tenía el gendarme mientras las hacía de centinela.
Ella sabía que Brayan -a modo de despedir el año- había estado compartiendo con unos colegas, aunque nunca se imaginó que iba a terminar así.
—Lo que me da rabia a mí es por qué lo dejaron subir en ese estado a la garita, hubiera podido cubrir otro puesto en la guardia interna.
Hay algo que no le cuadra. La hora de defunción de Brayan se fijó a las 04:20 de la madrugada. En realidad ese fue el momento en que el gendarme Muñoz Jara se encontró con el cuerpo.
Eran las 02:12 cuando Brayan le escribió por última vez a Anaís. A esa misma hora le envió un mensaje de despedida a su cuñado, dirigido a su hermana Karolina.
“Dile a mi hermana que la amo con todo mi amor y que cuide a Julián como si fuera suyo”.
Para la joven madre de Julián, la muerte de su pareja se produjo inmediatamente luego de que se desconectara del teléfono a esa hora. Sin embargo, nadie en la cárcel -ni siquiera quienes hacían guardia en las torres contiguas- escucharon el disparo.
—Yo pregunté por qué no fueron de inmediato y me dijeron que nadie había escuchado. Lo encontré super raro, porque la garita está separada a una cuadra y media de la otra. Yo les dije que cómo no iban a escuchar si uno escucha un disparo a kilómetros y no iban a escuchar ellos el sonido, si se siente más fuerte estando dentro de una garita.
VIOLENTO DESPERTAR
Anaís conoció bien a Brayan en los más de cuatro años que vivieron juntos.
—Iba a ser buen papá —señala con convencimiento.
Pese a las extenuantes e intensas jornadas trabajando al interior de la cárcel, asegura que él jamás demostró sentirse sobrepasado al nivel de pensar en quitarse la vida.
Por eso, cuando a las 08:00 de la mañana de ese 1 de enero -y por Facebook- se enteró de lo ocurrido, simplemente no lo podía creer.
En la noche le pareció raro que él le dejara de hablar de un momento a otro. Siempre conversaban hasta que él se iba a dormir. Quizá se durmió en la garita, pensó.
Le escribió a las 04:00 de la madrugada -cuando debía terminar su turno- y tampoco hubo respuesta.
—¿Le habrá pasado algo?
Decidió poner la alarma temprano para intentar contactarlo cuando él tuviera que subir a completar un nuevo turno de vigilancia de cuatro horas sobre la garita y no hubo caso.
—Le dije que despertara. Le pregunté qué pasaba y por qué no me hablaba. Lo llamaba y no contestó el teléfono. Después voy a Facebook para buscar a algún colega de él y preguntarle qué había pasado con Brayan, cuando me aparece la noticia de que un centinela había muerto en la garita Nº 4 del CCP de Talca. Me volví loca, no sabía qué hacer. Le hablé a un colega y me lo confirmó.
SOBRECARGA LABORAL
Decir que las jornadas de trabajo en Gendarmería -sobre todo para quienes llevan pocos años en la institución- son extenuantes, es poco. Así lo confirman distintas distintas fuentes conocedoras del ambiente laboral al interior del organismo.
Por eso no sorprende, por ejemplo, que muchas veces Brayan tuviera que prestar colaboración en otras áreas después de terminar su turno en la garita. ¿Y el tiempo destinado al descanso? A veces simplemente no había.
Eso lo tenía cansado y bien lo sabe Anaís.
—Se suponía que tenía que descansar cuando bajaba del muro… pero siempre lo mandaban al hospital o a la encomienda. A veces me decía que iba a dormir y 10 minutos después me contaba que lo habían mandado a la visita o de salida al hospital con algún reo.
En la misma línea, Karolina Gutiérrez, hermana de Brayan, cuenta que antes el joven trabajaba cuatro días por uno de descanso. No obstante, en el último tiempo, le tocaba estar más de una semana tras las rejas.
Lo recuerda con cariño. Es que ambos tenían una conexión especial y quizá por eso es que Brayan se despidió particularmente de ella con ese mensaje enviado a las 02:12 al teléfono de su cuñado.
—Él tenía un ángel. A pesar de todo estaba contento en su trabajo y se sentía orgulloso. Yo como hermana también me sentía demasiado orgullosa. Para mí el Brayan era todo, él era mi guagua.
DE CURANILAHUE A LA CAPITAL
Septiembre de 2021 encontró al gendarme 2º Fabián Sepúlveda Henríquez trabajando en la sede del Tribunal Constitucional ubicada en pleno centro de Santiago, a dos cuadras de La Moneda.
Atrás quedaron los días donde le tocó deambular por distintos recintos penitenciarios de la capital. El intento de suicidio que protagonizó unos meses antes -impedido por un colega- marcaría un precedente.
Nunca se adaptó por completo a la vida en la región Metropolitana y siempre cuando podía se escapaba a su natal Curanilahue. Allá lo esperaba su familia, su polola y su querido Lápiz: el caballo con el que corrió varias carreras a la chilena. Era tan importante para él, que sus cercanos no dudaron en llevarlo al Cementerio Municipal de Curanilahue el día en que lo enterraron. Fueron 13 años juntos.
A las 14:45 horas del jueves 9 de septiembre de 2021 el disparo que le quitó la vida a Fabián retumbó fuerte en el antiguo edificio de Huérfanos 1234.
De acuerdo con lo informado por el subprefecto de la Brigada de Homicidios de la PDI que adoptó el procedimiento por instrucción de la Fiscalía Metropolitana Centro Norte, el funcionario de 26 años se suicidó en una de las salas de descanso del recinto. Esta vez ningún colega pudo evitarlo.
Era el primer suicidio de un gendarme en un periodo de 2 años y 8 meses y de inmediato la institución emitió un comunicado lamentando lo ocurrido y anunciando la apertura de un sumario administrativo interno. En los siguientes siete meses la historia volvió a repetirse dos veces más con los casos de Martín y Brayan.
EXTRAÑANDO
Un familiar muy cercano de Fabián, que prefirió mantener su nombre en reserva, es quien reconstruye los últimos pasajes de la vida del joven. Si bien no eran hermanos, se criaron prácticamente juntos en el emblemático barrio Eleuterio Ramírez.
Cada vez que Fabián podía viajar para el sur se veían. Era la instancia donde él le confidenciaba sus problemas y temores.
—Es brígido estar adentro, hermano —le repetía varias veces.
Los conflictos cotidianos con la población penal, las largas jornadas laborales, el encierro y la soledad eran los principales males que lo aquejaban. Hace más de siete años que estaba viviendo lejos de casa y nunca se acostumbró.
—Decía que los turnos los hacía muy cansado. El hecho igual de estar solo allá le afectaba harto —cuenta su familiar.
Desde el día en que se enteró sobre el primer intento -de voz del propio Fabián- comenzó a insistirle más en que debía pedir traslado a un recinto penal más cercano a su casa. Concepción asomaba como un lugar perfecto.
—Le dije que se aferrara y le pidiera harto a Dios, que fuera a la iglesia. Siempre le presté apoyo y aconsejé en lo que pude —agrega.
Recuerda que tras lo ocurrido hubo un cambio en la personalidad de Fabián. Por sus problemas emocionales fue de forma particular a un médico que le recetó pastillas, pero no le prescribió días de reposo.
Los turnos extenuantes continuaron y la mezcla de medicamentos con alcohol comenzó. Los últimos meses antes de su muerte Fabián comenzó a salir más seguido con sus colegas. Encontró en el carrete una forma de evadir sus problemas.
—Por el tema de estar solo empezó a salir y a liberarse un poco para no estresarse con el trabajo y el tema de los turnos —recuerda el familiar.
Eso, hasta el mediodía del 9 de septiembre de 2021, cuando todo se apagó.
CÍRCULO VICIOSO
El déficit de funcionarios para cubrir los puestos que necesita Gendarmería se traduce en que muchos funcionarios, sobre todo cuando ingresan a la institución, sean forzados a trabajar turnos extras en tres áreas principalmente: recibiendo y registrando a quienes llegan a visitar a los reos; recibiendo y revisando las “encomiendas” que le llegan a los internos; y haciendo salidas “de hospital”. Es decir, acompañando a los reos heridos de gravedad al hospital en las afueras del recinto carcelario.
La falta de postulantes es todavía más crítica en las regiones del norte del país, donde es muy difícil que los jóvenes tengan a bien ingresar a la institución verde boldo.
Así lo demuestran las cifras obtenidas -vía Transparencia- por la Unidad de Investigación de BioBioChile.
Hasta 2021, sumando la cantidad de gendarmes activos nacidos en las regiones de Arica, Tarapacá, Antofagasta y Atacama (884) no se llega a la cantidad que por sí sola aporta la comuna de Cauquenes (960). La realidad se mantiene prácticamente idéntica a lo descrito en un extenso reportaje publicado por la Revista Sábado en enero de 2011.
A nivel macro, las regiones del Bío Bío (4.767), Maule (3.740), La Araucanía (3.586) y Metropolitana (3.389) son las que más aportan con personal para el cuidado de los reos.